La guerra, el éxodo y la hambruna son reales pero ¿cómo lo enseñamos?
Por Lucila Rodríguez-Alarcón / el país.com
España.- En el año 1989, la Asamblea General de las ONG europeas de desarrollo reunidas en Bruselas aprueba el código de conducta, imagenes y mensajes a propósito del tercer sector [PDF] como línea de conducta para las oenegé. Según explica en su introducción, este código surge como resultante de 10 años en los que “el público europeo ha sido regularmente ahogado bajo una masa de informaciones e imágenes augustiosas sobre la situación de urgencia que existe en ciertos países del Tercer Mundo.”
El objetivo de ese código ético no es otro que evitar que las oenegé utilicen imágenes demasiado explícitas y duras para sensibilizar al posible donante. Sin embargo, la eterna pregunta es si esa realidad existe, ¿deben las oenegé no mostrarla?
En julio de 2011, se declaró la hambruna del Cuerno de África. La primera entrada que publicamos en este blog, escrita por el cooperante Fran Equiza, relataba la tremenda situación que había en el terreno. Cuando contactamos con Fran por Skype su voz entrecortada nos rompió el alma.
Durante las dos primeras semanas del mes publicamos varios testimonios más, desgarradores. Y no pasó nada. Era como si la hambruna no existiera.
Llegaron las fotos y el tema despegó en los medios. Hacía años que no veía imágenes de niños desnutridos de verdad, niños con cabezas enormes, ojos saltones y microcuerpos sin carne. Solo piel y huesos. Mi primer impulso fue pensar en avisar al periódico para que retirara las imágenes más dolorosas. Luego me dí cuenta de que el código ético no aplicaba a los medios de comunicación. Y solo entonces reflexioné sobre la importancia de esas imágenes para narrar el horror de la hambruna. Por muchas historias que cuentes, una sola mirada a una imagen de esas hace entender a la audiencia qué es lo que está pasando.
Desde la comodidad de nuestro mundo, no podemos protegernos de lo que está pasando fuera, transformando el horror en algo consumible. No es justo, no es valiente y no es real. Esto se lo he oído decir varias veces al fotoperiodista Manu Brabo y creo que tiene razón. En definitiva la guerra es sangrienta, el éxodo es doloroso, los ahogados en el mar son cuerpos inertes, la hambruna es muerte de niños.
Defiendo a capa y espada el uso de las imágenes para abrir una ventana real y veraz al mundo. Pero me parece inaceptable usarlas como una gancho para enternecer al posible donante. Es aquí donde el famoso código ético recupera en mi opinión su valor original.
Muchas organizaciones, azuzadas por la crisis, están inmersas en campañas de captación visualmente muy agresivas. Mienten a través de esas imágenes. Las usan para contar una historia que no es real. Utilizan casos aislados, para crear en el imaginario del lector un panorama catastrofista que apele a sus sentimientos caritativos más profundos.
Al uso de esas imágenes se unen mensajes equívocos, en los que el donante cree que está dando dinero para salvar a un niño concreto, a una familia concreta, o abastecer de agua a un pueblo. Pero en la gran mayoría de los casos su dinero no se usa para eso, sino que va a engrosar la bolsa general de fondos de la organización.
Esta forma de trabajar y comunicar es muy peligrosa y muy dañina para el tercer sector. Crear en el donante expectativas que luego no se pueden cumplir acaba generando frustraciones y decepciones que llevan a la descapitalización del tejido de donantes. La gente acaba por no fiarse de las oenegé, y creen cada vez menos en su trabajo y en su rol. Captar con imágenes reales, sin amarillismo, es más difícil pero es mucho más sostenible en el tiempo.