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MARCO invita a visitar la exposición "Rufino Tamayo. El éxtasis del color"

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La exposición se compone de 54 piezas.

Por Reyes Gamez/Agencia de Noticias 3er SECTOR

Monterrey, N.L.- La exposición "Rufino Tamayo. El éxtasis del color" reúne obras provenientes de la colección del Museo de Arte Moderno, el Museo Rufino Tamayo y el Museo Nacional de Arte, en conjunto con piezas clave que se encuentran en colecciones particulares.

 

A partir del 24 de noviembre y hasta el 8 de abril, los visitantes del  Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey (MARCO) podrán apreciar 54 piezas (Óleo, pastel y gouache, grafito, carbón y sanguina, mixografía). Rufino Tamayo creó junto con Lea Remba, la mixografía, una técnica gráfica que consta de una impresión sobre papel a la que se le añade profundidad y textura. Una de sus mixografías más famosas es Dos personajes atacados por perros (la cual forma parte de esta exposición).

Esta exposición buscar acercar al público "a la obra más intimista del artista oaxaqueño, ligada a los sueños y a una búsqueda interior en la que desarrolla una ciencia del color y logra encontrar un lenguaje propio en el que recurre a cierta estética prehispánica, su arquitectura y escultura, y la transfigura para revitalizarla en un lenguaje contemporáneo".

Hay que recordar que Rufino Tamayo (1899-1991) vivió entregado a la pintura "como una experiencia creativa íntima y transfiguradora, guiado siempre por un sentido fulgurante del color con la pasión por la arqueología prehispánica. Renunció progresivamente al retrato indígena y mestizo en beneficio de un modelo que sintetizara al máximo la silueta humana, para evocar la conexión espiritual con el cielo y la tierra".

En la exposición "Rufino Tamayo. El éxtasis del color" hay cuadros de pequeño y gran formato de prácticamente todas las etapas creativas del artista, entre las cuales destaca el mural transportable Homenaje a la raza india (1952) que le fue encomendado al pintor para la muestra Arte mexicano de la época prehispánica hasta nuestros días que se presentó durante 1953 en París, Estocolmo y Londres. Por otro lado, se presenta una de las pocas caricaturas políticas realizadas por el pintor, titulada El líder (1973), un retrato de Francisco I. Madero de 1948; o el Hombre radiante de alegría (1968) que es un homenaje a la juventud; su Autorretrato (1946) que repintó en 1967; y Músicas dormidas (1950) que pintó en Nueva York.

Tamayo "afianzó en su madurez la convicción de que el lienzo es un campo de experimentación inagotable para extraer de un color todo su magnetismo y para fusionar la figura y la abstracción en la expresión evocadora de lo infinito. Se apartó de la retórica muralista y de sus fines proselitistas. Por ello representó un modelo independiente a seguir para la joven generación de la llamada Ruptura, que lo reconoció como un precursor de sus propias batallas y experimentos con la abstracción".

Por lo que en esta exposición el público podrá apreciar obras como Desnudo en gris (1931); Anuncio de corsetería (1934); Frutero azul (Frutero con frutas, 1939); Retrato de Olga (1964); Dos mujeres (1981) y destaca la obra El Rockanrolero (1989) la última pintura realizada por Tamayo a la edad de 90 años.

La exposición está compuesta por tres núcleos temáticos: En busca del arquetipo, De México al Cosmos y Por una geometría del espacio "los cuales señalan las vías por las que Tamayo transitó dando cuenta de la experimentación, dinamismo y búsqueda en el campo de la geometría y la abstracción por parte del artista".

Núcleo 1 | En busca del arquetipo

Tamayo es, ante todo, un pintor de la figura humana. En el retrato incorpora no solo las innovaciones formales, sino interrogantes de índole existencial, sensorial e incluso metafísica. Sus primeros modelos, de fisionomía indígena, conservan la huella de un aprendizaje juvenil como dibujante etnográfico en el Museo Nacional. Las proporciones volumétricas, el dibujo abultado y la paleta parca de sus inicios, van cediendo el paso a una síntesis creciente que tiende a la alegoría: reflexión sobre el lugar del individuo en la sociedad y las paradojas de la condición humana, sí la hay; pero Tamayo asigna principalmente a la silueta la función de factor de movimiento en la imagen. El humano se transforma en un mero signo, desmaterializado y, a veces, asexuado.

Núcleo 2 | De México al cosmos

Al tratamiento narrativo que domina la pintura de enfoque histórico, él responde con una composición dinámica, ventilada, que pone al descubierto su armazón interna. Renuncia a representar el mundo físico con el que estamos familiarizados. Opta por ahondar en la plasticidad de las cosas al trasladarlas al lienzo, atento también a su verosimilitud: que sean pertinentes con la época y acordes al mundo industrializado, mecanizado, cimbrado por dos guerras mundiales y amenazado por la bomba nuclear.

Los formatos de sus telas crecen como para acoger la nueva dimensión de su mirada. Los ritmos de la imagen son tensos, dramáticos. Meditabundas, alegres o dementes, las figuras habitan un mundo virtual en los linderos de la vida y la muerte, suntuoso y monstruoso a la vez y no desprovisto de un sentido del humor macabro.

Núcleo 3 | Por una geometría del espacio

La pintura de Tamayo está colmada de referencias: arquitectura y escultura prehispánica, arte popular, barroco pueblerino y civilización industrial cohabitan con las fragmentaciones geométricas practicadas

por artistas de vanguardia como Paul Cézanne, Pablo Picasso y Georges Braque.

“Es más práctico extraer de un color todas sus posibilidades que emplear una variedad ilimitada de pigmentos” –Rufino Tamayo.

Su extraordinaria paleta, hasta ahora inigualada, vibra al ritmo de la composición, se integra a la estructura del cuadro como sedimento orgánico y proyecta una gran intensidad emocional.

Del estilo de Tamayo no solo harán escuela el deslumbrante colorido vuelto expresión y urdimbre del cuadro, sino también el óleo delicadamente texturizado con arena, la magistral síntesis plástica, el aliento lírico aunado al acabado impecable de la factura y, sobre todo, aquella libertad irreductible que reivindica en el lienzo y en el ejercicio de su profesión.